La sumisa by Fiódor Dostoyevski

La sumisa by Fiódor Dostoyevski

autor:Fiódor Dostoyevski [Dostoyevski, Fiódor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1876-01-01T00:00:00+00:00


VI

Un recuerdo espantoso

Ahora este recuerdo espantoso…

Me desperté por la mañana, a eso de las ocho, y la claridad era ya casi total en la habitación. Me desperté de una vez, ya con plena conciencia de las cosas, y abrí los ojos. Ella estaba junto a la mesa, con el revólver en las manos. No se dio cuenta de que yo me había despertado y la estaba mirando. De pronto vi que se dirigía hacia la cama empuñando el arma. Me apresuré a cerrar los ojos y me fingí profundamente dormido.

Llegó hasta el borde de la cama, a mi lado. Yo lo percibía todo. El silencio era sepulcral, pero yo lo oía. Entonces hice un movimiento convulsivo, y de pronto, sin poder contenerme, abrí los ojos, contra mi propia voluntad. Ella me miraba fijamente. Me había puesto ya el cañón junto a la sien. Nuestras miradas se encontraron, sólo por un brevísimo instante. Con gran esfuerzo de voluntad, cerré de nuevo los ojos y decidí al mismo tiempo, con todas las potencias del alma, no volver a moverme ni volver a abrir los ojos, pasara lo que pasara.

En realidad a veces ocurre que una persona profundamente dormida abre los ojos, incluso levanta la cabeza por un segundo, mira la habitación y luego, un instante más tarde, hunde otra vez la cabeza en la almohada y se duerme sin decir nada. Cuando yo crucé la mirada con ella, sentí el revólver en la sien y volví a cerrar los ojos sin moverme, como si estuviera profundamente dormido, ella pudo suponer decididamente que yo en efecto dormía y no había visto nada, tanto más cuanto que resultaba totalmente inconcebible que de haber visto lo que realmente vi, cerrara de nuevo los ojos en aquel momento.

En efecto, era inconcebible. Sin embargo, ella pudo haber adivinado también la verdad, y eso fue lo que centelleó inmediatamente en mi cerebro. ¡Oh, qué torbellino de pensamientos y de sensaciones volaron por mi cabeza en menos de un instante! ¡Viva la electricidad del pensamiento humano! En este caso (sentí en mí), si ella ha adivinado la verdad y sabe que no duermo, ya queda anonadada al ver que estoy dispuesto a morir; puede temblarle la mano. El ánimo decidido puede quedar hecho añicos contra una nueva y extraordinaria impresión. Dicen que quien se halla en un sitio elevado tiende por sí mismo hacia abajo, hacia el abismo. Me figuro que muchos suicidios y muchos asesinatos se han verificado tan sólo porque ya se tenía el revólver en la mano. Cuando este caso llega, existe el abismo, con una pendiente de cuarenta y cinco grados, en la que es imposible no resbalar, y algo impulsa imperiosamente a apretar el gatillo. Pero la idea de que yo lo he visto todo, de que lo sé todo y espero de ella la muerte en silencio, puede sostenerla en el plano inclinado.

El silencio se prolongaba, y de pronto noté junto a la sien, en mis cabellos, el frío contacto del acero. Me preguntarán si tenía una esperanza muy firme en mi salvación.



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